IGLESIA PRESBITERIANA DEL PERÚ
1ª Congregación de Cajamarca - 1921
Cantaré salmos a mi Dios mientras viva
Notas musicales del Salmo 23

LOS SALMOS

Cantar salmos en la adoración cristiana no es simplemente una práctica devocional, sino una afirmación doctrinal profunda que subraya la centralidad de la Escritura en la vida del creyente. Los salmos, como parte inspirada de la Palabra de Dios, no solo son poesía que expresa emociones, sino que también son una teología viviente que declara verdades eternas sobre la naturaleza de Dios, Su soberanía, y Su obra redentora. Al cantar los salmos, los creyentes no solo alaban a Dios, sino que también confiesan las verdades fundamentales que forman la base de la fe cristiana.

En los salmos, encontramos una representación completa de la relación del ser humano con Dios, desde el reconocimiento de Su majestad y santidad hasta la confesión de nuestros pecados y la esperanza en Su misericordia. Los salmos no solo nos enseñan a orar, sino que nos enseñan a pensar y a vivir de acuerdo con las verdades que Dios ha revelado en Su Palabra. Cantar estos textos es, por lo tanto, un acto de sumisión a la verdad revelada, una afirmación de que Dios, y no nuestra propia razón o emoción, debe ser el centro de nuestra adoración.

El canto de los salmos en la adoración pública también afirma la suficiencia de las Escrituras para guiar toda la vida del cristiano. Al cantar los salmos, nos alineamos con la voluntad de Dios para la adoración, evitando las invenciones humanas que pueden desviar el enfoque de lo que Él ha establecido. Además, al ser palabras divinamente inspiradas, los salmos nos permiten alabar a Dios con un lenguaje que es tan puro y verdadero como la misma revelación que las originó.

Cantadle, cantadle salmos; Hablad de todas sus maravillas. [Salmos 105:2]

CRISTO EN LOS SALMOS

¡Qué impresión tan grande debe haber sido al oír a Jesucristo cantar sus propios Salmos, los cuales eran suyos, inspirados por su Espíritu, y llenos de sus más profundas experiencias! Él mismo los había cantado, y solía ir a la sinagoga donde el cántico era únicamente de Salmos sin acompañamiento. Me imagino que la congregación los cantaba, como hacemos nosotros frecuentemente, con poca emoción sobre lo que se canta. Pero para Él, dichos salmos revelaban una profunda experiencia de lo que estaba sufriendo, y arrojaban la luz que alumbraba la senda que estaba recorriendo.

Y aun en la última Pascua, leemos que entonaron un himno y que ese himno fue indudablemente el gran “Hallel” (Aleluya), cantado después de cada pascua – Los Salmos 114 al 118 – y el Señor cantó el gran Hallel como nunca se había hecho, porque Él era el Primogénito para quien no habría escape, quiere decir, el Primogénito de la nueva familia de Dios. Y mientras se practicaba la Pascua, con el correr de las edades, el cordero pascual detuvo la acción de la espada vengadora. Pero ahora, la suspensión de dicha acción no es nuestra.

Él vino, sabiendo que era el último Cordero para el último sacrificio, y que él debía enfrentarse a la espada vengadora. Y, sin embargo, Él cantó con profundo conocimiento de lo que Él estaba sufriendo.

Eso para mí significa una de las cosas más conmovedoras de estos salmos, esto es, que hayan sido cantados por el señor Jesús, que hayan sido inspirados por su propio Espíritu, que los cantó con conocimiento de su contenido y que lo hizo con un entendimiento que iluminaba la senda que estaba pisando.

Puede que los salmistas no siempre hayan entendido en forma cabal, las implicaciones de lo que habían escrito o cantado. A veces se trataba de un testimonio del mismo Dios vivo, en su propia experiencia, y en dicho testimonio se encontraron con el sufrimiento, con la privación y tristeza. Fue en las profundidades de su propio sufrimiento que tomaron contacto con los más hondos padecimientos de su Mesías. David, el dulce cantor de Israel, a menudo cantó al hijo mayor del gran David, el Señor de Gloria. Sin embargo, con Cristo fue diferente. Él mismo reconoció su fisonomía en estos salmos, y a manera de un espejo, vio su propia imagen, a menudo manchada, a menudo desfigurada; y se reconoció en su misión, en sus sufrimientos, en su eventual triunfo. Y Él utilizó estos Salmos en medio de su tragedia, para consolar a su propio corazón, y en su resurrección, los empleó para iluminar las mentes de sus atribulados discípulos.

Los Salmos constituyen así, en un sentido real, la autobiografía de Jesús, escritos por inspiración de su Espíritu, demostrando las más profundas experiencias de su alma, los más hondos pensamientos de su corazón, mientras recorría la senda de la humillación, de la abnegación, del sacrificio en pro de nosotros, hombres y mujeres para forjar nuestra salvación.

Cantémoslos con emoción. Él los cantó con emoción. Cantémoslo con entendimiento claro, con sabiduría porque el Espíritu que los inspiró está en ellos para iluminarlos. Cantémoslos con admiración, con asombro, puesto que es una maravilla el que podamos emplear las palabras que Él mismo utilizó, y sentir algo de la ternura de su alma, a medida que participamos de sus sufrimientos, y permanecer por un momento a la sombra del calvario, para ver, en la oscuridad, la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. El aliento de Cristo se advierte en ellos de principio a fin, y cuando los cantamos, poseídos por su Espíritu, con su entendimiento, con su sensibilidad, encontramos que el aliento celestial penetra en nuestras almas con todo su calor y efecto curativo. Cantémoslos como los que tienen sensibilidad, que entienden, y como aquellos que realmente los experimentan.

- Por el Catedrático R. A. Finlayson (1895-1989) Iglesia libre de Escocia – Edimburgo. Citado en la Segunda Edición Provisional del Salterio “Salmos para Cantar” Iglesia Evangélica Presbiteriana del Perú.